Recuerdo muy bien el día de Nochebuena del año 2012. Ese momento fue el punto y final a una situación que desde hacía tiempo mostraba evidentes síntomas de que algo en mi vida no marchaba nada bien. El más claro de todos ellos era las cada vez más frecuentes visitas a los servicios de Urgencias del hospital de mi ciudad. No obstante, ese día en concreto fue diferente.
«Sentí que había llegado el momento más temido, había tocado fondo»
Me encontraba mentalmente extenuado y con mi cuerpo convertido en una especie de cuadro de mandos con todas las señales de alarma activadas y a punto de colapsar. El diagnóstico médico y el posterior tratamiento parecían hablar de un enfermo crónico sentenciado a medicación de por vida… y lo peor de todo es que aún no había ni llegado a los 40 años. De repente todo se detiene: sueños, proyectos de futuro… Todo parecía estar abocado a seguir viviendo bajo los efectos secundarios —como mal menor— de los antidepresivos, antihipertensivos y otros tratamientos para sobrellevar aquella pesada carga en la que se había convertido mi vida.
Fue realmente ahí donde se mostró ante mí lo que yo nunca quise reconocer, lo que siempre negaba… No quería ver que la principal causa de aquel auténtico caos tenía su origen en el pequeño negocio —sector de la construcción y mantenimiento industrial— que dirigía desde hacía unos años. Con el paso del tiempo me di cuenta de que yo realmente no dirigía nada, él me dirigía a mí; me había metido en un bucle infernal de preocupaciones, malas decisiones y esclavitud total con las nefastas consecuencias que acabo de relatar.
Vivía por y para el negocio; y no sólo era por el tiempo que le dedicaba cada día, sino el ‘enganche’ mental que durante años me llevaba encadenado a él. Daba igual la hora o el lugar donde yo me encontrase; era esa sensación de atención y alerta constante para intentar tenerlo todo bajo control la que me fue quemando por dentro poco a poco.
—EL PRINCIPIO DEL FIN—
El principio del fin llegó a partir de 2009 con la llegada de los terribles efectos de la crisis económica que estaba sacudiendo y derribando como un castillo de naipes todo tipo de negocios y empresas. Una pregunta pasó a instalarse en mi cabeza a modo de tortura:
«¿Cuándo me tocará caer a mí?»
Daba por supuesto que esa situación acabaría por llegar; acabó por instalarse en mi un constante estado de tensión, miedo y preocupación que me acabaría por llevar al límite.
Fue la vida la que ese 24 de diciembre —después de muchas advertencias— decidió ponerme de rodillas ante una situación que, hacía tiempo ya, me venía muy grande y con ella las consecuencias que acabaron por llegar. A partir de ese momento el destino de toda mi historia resultaba más que evidente y previsible, así que sólo me quedaban dos opciones:
O LA RESIGNACIÓN O EL CAMBIO
La primera era la más fácil —de hecho es la opción que de forma consciente o inconsciente toman la mayor parte de autónomos y empresarios—. Sin tener que llegar a la situación que yo viví, se da por supuesto que este es el precio que tienes que ‘pagar’ por tener un negocio o una empresa.
Sin embargo, yo me negué a aceptar el ‘plan de vida’ que se me presentaba por delante, lo más importante estaba ya casi perdido —mi propia salud— así que decidí poner las pocas energías que me quedaban en probar a hacer las cosas de manera diferente.
Fue una época de buscar, experimentar, aprender —sobre todo a desaprender—, volver a cuestionarlo todo y mucha, mucha prueba-error. También hubo momentos de intensa lucha contra la incertidumbre y las dudas que me asaltaban día a día y contra todo el escepticismo que generaba en mi entorno todo lo que estaba haciendo.
Contra todo pronóstico, los resultados que estaba buscando fueron llegando poco a poco; al principio parecían ligados al demasiado sobrevalorado factor ‘suerte’ hasta que el paso del tiempo fue transformándolo todo en claras evidencias. No quedaba lugar para casualidades ni para milagros. Llegó al fin la completa ‘certeza’ de que hay ‘otra manera’ de llevar negocios y empresas —y no se parece absolutamente en nada a lo que tradicionalmente habíamos hecho hasta ahora—.
Hoy puedo decir que me siento libre de preocupaciones; atrás quedan las largas noches de insomnio, de ataques de ansiedad, de sufrimiento… En definitiva, de miedos. Se esfumaron las enfermedades y con ellas los tratamientos de por vida y sus efectos; los días volvieron a tener 24 horas de las cuales dispongo libremente y he llegado a alcanzar unos ratios de productividad en mi pequeño negocio que jamás me hubiera llegado ni a imaginar —yo mismo soy consciente de que me habría parecido una historia totalmente inverosímil de no haberla vivido en primera persona—.
¿ …Y por qué decidí ser mentor?
Fue esa increíble sensación de libertad que no había experimentado jamás la que me llevó a querer compartir todas estas experiencias y aprendizajes con otras personas que están viviendo en mayor o menor medida casos como los que acabo de relatar. Estoy firmemente convencido de que venimos aquí a aprender y a ayudar a los demás; y también soy consciente de que la vida me ha hecho un gran regalo a través de la historia y la experiencia vivida que aquí quiero transmitir.
De ahí surgió esta nueva manera de entender y compartir la vida que yo he decidido llevar a la práctica al seguir formándome y preparándome como mentor. Todo ello para crear REIMPULSE MENTORING y todos los proyectos que están en marcha para poder ayudar a gente como tú, bien seas autónomo, empresario o emprendedor.